Desperté
desorientada en un lugar del cual, por el momento, desconocía su
existencia. Aturdida por el desconcierto que esta situación me
estaba causando, empecé a preguntarme cómo había llegado hasta
allí y sobretodo, cuál era mi propósito. Recuerdo estar agazapada
en un cubículo minúsculo, atrapada por esas dimensiones reducidas inferiores a las de una persona normal; sentía una angustia
constante debido a mi claustrofobia y quería salir de ahí cuanto
antes o al menos hallar un método para reducir mi ansiedad. Cubierta
por una nebulosa que me impedía ver que se encontraba a mi alrededor
decidí, al menos como remedio inmediato, ensanchar con mis miembros
inferiores cada uno de los costados de esa “madriguera” para así
poder acomodar mejor mi espíritu pero, sin éxito alguno, llegué al
límite de mi sometimiento. Ese esfuerzo me produjo verdadera fatiga
y consciencia de los límites de los cuáles albergaba mi cuerpo, que
iban más allá de los que había supuesto por mis intuiciones
previas. Debido a ello, me hice saber que contra quien me estaba
enfrentando no era algo ajeno a mi condición de ser, si no yo misma.
El agua
es un espejo donde tu alma puede reflejarse como una difuminación en
un lienzo, a través de sus movimientos ondulantes, traspasa, única
y exclusivamente dejando borrosos rastros, aquellas partes buenas de
ti, esos huecos llenos que albergan buenas vibraciones. Sin embargo,
ese reflejo está dotado de un filtro y, todo aquel que está vacío
o de manera similar se siente, no puede verse reflejado en ella.
Así me
sentí yo en pleno desierto árido, el 70% de mi, agua salada,
rechazó mi existencia; el restante seguía dándome apoyo, aún
sabiendo que estaba sumido en una crisis existencial sintiéndome
emigrante de mi propio yo; sabía con total certeza que ese apoyo era
meramente codicioso. Día y noche había sido durante siglos, cobijo
de especies, campo de batalla de seres humanos y fuente de energía
de regeneraciones. Sin embargo, mi hartazgo había sobrepasado los
límites establecidos, extasiada como nunca de mi conducta servil,
decidí dejar de dar hogar, dejar de ser testigo de calamidades y
dejar de ser combustible de regeneraciones cíclicas. Quise pues,
renacer en mi totalidad y rehacerme a imagen y semejanza de mis
deseos. Seguidamente, deshonoré a mi nombre y nombré capataz de mi
destino al agua, ¡Pues si!, quise renombrarme y reinventarme dándole
voz a aquella parte de mi que había sido oprimida durante mucho
tiempo por la minoría, la Tierra.
Y de
hecho, el mismo agua que me pertenece, es el mismo agua que ahora
recubre la gestación de un nuevo mundo. Agua, se comunica a través
de una membrana, la placenta, con su antítesis, su madre, la Tierra.
Al ser dos polos que se repelen, la madre Tierra, sin paciencia
alguna y ardiendo en cólera, expulsa a su hija Agua de su vientre
con un golpe seco de aire, que provoca que Agua salga disparada.
En el
exterior, que no es más que su propio yo, Agua se sacude debidamente
el polvo que cubre su torso izquierdo. A pesar de que su madre la
haya expulsado de su vientre, Agua está satisfecha de haber acabado
de una vez por todas su horrible relación con su madre y, en medio
de su placer absoluto, evoca los siguientes vocablos:
“Sólo
prohibiría abortar a aquellas mujeres que estuviesen embarazadas de
un nuevo mundo”.
Seguidamente Agua se desploma, y con ella todo se difumina, quedando
reducido a cenizas su basto cuerpo, quedando sólo materia tangible,
la tierra.