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domingo, 2 de junio de 2013

El renacimiento acuoso


Desperté desorientada en un lugar del cual, por el momento, desconocía su existencia. Aturdida por el desconcierto que esta situación me estaba causando, empecé a preguntarme cómo había llegado hasta allí y sobretodo, cuál era mi propósito. Recuerdo estar agazapada en un cubículo minúsculo, atrapada por esas dimensiones reducidas inferiores a las de una persona normal; sentía una angustia constante debido a mi claustrofobia y quería salir de ahí cuanto antes o al menos hallar un método para reducir mi ansiedad. Cubierta por una nebulosa que me impedía ver que se encontraba a mi alrededor decidí, al menos como remedio inmediato, ensanchar con mis miembros inferiores cada uno de los costados de esa “madriguera” para así poder acomodar mejor mi espíritu pero, sin éxito alguno, llegué al límite de mi sometimiento. Ese esfuerzo me produjo verdadera fatiga y consciencia de los límites de los cuáles albergaba mi cuerpo, que iban más allá de los que había supuesto por mis intuiciones previas. Debido a ello, me hice saber que contra quien me estaba enfrentando no era algo ajeno a mi condición de ser, si no yo misma.

El agua es un espejo donde tu alma puede reflejarse como una difuminación en un lienzo, a través de sus movimientos ondulantes, traspasa, única y exclusivamente dejando borrosos rastros, aquellas partes buenas de ti, esos huecos llenos que albergan buenas vibraciones. Sin embargo, ese reflejo está dotado de un filtro y, todo aquel que está vacío o de manera similar se siente, no puede verse reflejado en ella.

Así me sentí yo en pleno desierto árido, el 70% de mi, agua salada, rechazó mi existencia; el restante seguía dándome apoyo, aún sabiendo que estaba sumido en una crisis existencial sintiéndome emigrante de mi propio yo; sabía con total certeza que ese apoyo era meramente codicioso. Día y noche había sido durante siglos, cobijo de especies, campo de batalla de seres humanos y fuente de energía de regeneraciones. Sin embargo, mi hartazgo había sobrepasado los límites establecidos, extasiada como nunca de mi conducta servil, decidí dejar de dar hogar, dejar de ser testigo de calamidades y dejar de ser combustible de regeneraciones cíclicas. Quise pues, renacer en mi totalidad y rehacerme a imagen y semejanza de mis deseos. Seguidamente, deshonoré a mi nombre y nombré capataz de mi destino al agua, ¡Pues si!, quise renombrarme y reinventarme dándole voz a aquella parte de mi que había sido oprimida durante mucho tiempo por la minoría, la Tierra.

Y de hecho, el mismo agua que me pertenece, es el mismo agua que ahora recubre la gestación de un nuevo mundo. Agua, se comunica a través de una membrana, la placenta, con su antítesis, su madre, la Tierra. Al ser dos polos que se repelen, la madre Tierra, sin paciencia alguna y ardiendo en cólera, expulsa a su hija Agua de su vientre con un golpe seco de aire, que provoca que Agua salga disparada.

En el exterior, que no es más que su propio yo, Agua se sacude debidamente el polvo que cubre su torso izquierdo. A pesar de que su madre la haya expulsado de su vientre, Agua está satisfecha de haber acabado de una vez por todas su horrible relación con su madre y, en medio de su placer absoluto, evoca los siguientes vocablos:

Sólo prohibiría abortar a aquellas mujeres que estuviesen embarazadas de un nuevo mundo”.

Seguidamente Agua se desploma, y con ella todo se difumina, quedando reducido a cenizas su basto cuerpo, quedando sólo materia tangible, la tierra.